Estimada Victoria. Ayer, tan pronto publicaste tu carta sobre el affaire Jiménez, la leí con detenimiento. Me impresionó la seriedad y el tono de tu escritura. Como editor, no pude dejar a un lado la neurosis desgraciada que me obliga a buscar erorres. Pero sobre todo, la leí como profesor. Como el profesor que no podrás contar en tu lóbrega lista de 29 docentes, porque hace unos meses decidí claudicar. No quiero contarte porqué lo hice, pero sí quiero comentar algunos aspectos de tu carta que me llevaron a la reflexión.
En primera instancia, Victoria, tu carta muestra que desconoces el sistema de administración y selección de personal de la Universidad. Tú no le pagas al profesor, él no es tu obrero. Él, en el mejor de los casos, fue elegido a través de un proceso extenso, burocrático y agotador en el que se evaluaron sus competencias en investigación y docencia, y su carrera académica y profesional. En el mejor de los casos, digo, porque todos sabemos que con los profesores de cátedra ello no siempre ocurre y que muchos concursos para profesores de planta están amañados en su origen y carecen de instancias objetivas de supervisión. Gracias a los concursos y evaluaciones, Victoria, has tenido 4 profesores decentes. Gracias a la corrupción del mismo sistema, has tenido 25 profesores incompetentes. Y a todos esos 29 docentes, les pagan las Facultades a través de sus Departamentos. A ellos no les pagan los estudiantes, les paga una institución que debería preocuparse por tener excelentes empleados, pero que muchas veces les destina salarios vergonzosos y pocos estímulos a su gestión. ¿Sabes? Una Navidad, a todos sus profesores de planta, la Facultad tuvo a bien regalarnos como premio anual a nuestra labor docente un juego de pocillos. Bonito. Pero muy desconcertante. Si tus jefes piensan que lo que más puede motivarte a seguir trabajando en la Universidad es un juego de pocillos y no un bono para comprar un libro en la Tienda Javeriana, estamos en problemas.
También, como la gran mayoría de tus compañeros, desconoces el sistema de gobierno de la Universidad. Y eso no es culpa tuya. La verdad, la Universidad no parece hacer ningún esfuerzo por aclararles a los estudiantes cómo funciona. Tal vez ello asegura que las quejas nunca lleguen a donde deben llegar y las responsabilidad se diluyan de manera perversa. Nuestros jefes son los Decanos, pero rendimos cuentas a los Jefes de Departamento. Y por un mecanismo bien particular, son las Carreras las que compran las clases a los Departamentos. En la práctica esto quiere decir que si tienes un pésimo profesor en clase, tú vas a la Carrera a quejarte, pero ella, a su vez, debe tramitar la queja al Departamento al que le compró el servicio y éste, si lo estima conveniente, pues llama al profesor y le pregunta qué sucede. Una Carrera puede tener cientos de profesores que pertenecen a decenas de Departamentos distintos. Si todos conspiran para que tu queja sea respondida, tal vez en algún momento del siguiente semestre sepas qué opinó el Jefe del docente en cuestión. Obviamente, el profesor tiene derecho a réplica y la rueda kafkiana girará una vez más.
Como parte del gobierno académico, los estudiantes tienen un representante al Consejo Académico que tú debiste ayudar a elegir. Si no lo hiciste —porque la Facultad no te comunicó a través de los mecanismos pertinentes cuándo fueron las elecciones, o simplemente porque no te interesó— pues te has perdido la posibilidad de tener una voz que represente tus demandas y exija tus derechos. ¿Sabes quién te representa?, ¿tú y tus compañeros se han preocupado por hacer una evaluación de la gestión de sus representantes?, ¿sabes qué tanto poder real tiene dicho representante? A él o ella deberíamos pedirle que nos cuente qué ha hecho por ustedes.
Tengo entendido que algunos estudiantes promovieron la creación de una Asamblea estudiantil. Me sentí muy orgulloso al leer la amable invitación que hicieron por Facebook y Twitter para que todos los estudiantes de la Facultad asistieran y comenzaran a forjar un movimiento estudiantil javeriano, digno de hacer parte del valioso movimiento nacional. ¿Fuiste a la Asamblea?, ¿sabes a qué conclusiones o a qué acuerdos programáticos o tácticos llegaron?, ¿sabemos de qué manera la Asamblea interactúa con los directivos de la Facultad?, ¿cómo le comunicó esta Asamblea su trabajo a todos los compañeros que no asistieron?
Victoria, es importante que tú sepas claramente qué servicio estás pagando y qué mecanismos te otorga la institución y la Ley para exigir la correcta prestación del oneroso servicio educativo que pagas. En nuestro país, desafortunadamente, las empresas e instituciones están acostumbradas a ocultar sus mecanismos de su funcionamiento, con el fin, tal vez, de impedir que sus usuarios puedan exigir cambios y mejoras.
Por otra parte, creo que haces mal en cuestionar una metodología educativa en unas competencias cuyo modo de adquirir desconoces. El profesor Jiménez forma en competencias editoriales. Para un editor, saber leer y escribir no es una opción, es una obligación, un principio de funcionamiento, una necesidad fundamental. El editor VIVE de leer y escribir, luego se debería preocupar por refinar sus herramientas de supervivencia. Algunos profesores creemos que TODOS los comunicadores deberían desarrollar en la Carrera excelentes competencias lecto-escriturales, pero otras personas creen que no y tienen buenos argumentos para ello. Es un debate abierto que también podríamos dar. El caso es que, para los que libremente decidieron pagar el servicio de enseñanza del Campo Editorial, el desarrollo de estas competencias es fundamental y todos los profesores deben estar en la obligación de exigirlo. Un “resumen” no me parece un ejercicio inocuo, estúpido o falto de exigencia. De hecho, muestra bien qué capacidades tiene el estudiante para comprender las estructuras lógicas, argumentativas y narrativas que componen un texto. Si yo dictara clases de narrativa audiovisual, sería interesante plantearles el ejercicio de convertir un cortometraje en un filminuto, tal vez ello te muestre a ti misma que sintetizar es un ejercicio que merece ser explorado.
También te quejas de la falta de vocación del profesor Jiménez. La verdad, él no lleva 6 meses siendo docente. Sus años de trabajo parecen delatar que sí tiene una vocación. Pero la resignación, el sacrificio y la entrega total no son valores que considere inherentes al trabajo pedagógico. Esos principios de moral católica no se los podemos pedir a un docente. En cambio, sí le podemos exigir que permita la construcción de las reglas de funcionamiento del dispositivo escolar de manera democrática, honesta y dialógica. ¡Y que las cumpla! Que sea claro en sus mecanismos de evaluación y que los comunique debidamente. Que llegue a tiempo a clase. Que cumpla con el programa que el estudiante pagó. Eso sí es deseable éticamente, pero sacrificarse por los estudiantes sólo los lleva a la puerilización y la incompetencia.
Todo lo anterior no quiere decir que suscriba las explicaciones que el profesor Jiménez da sobre el origen de la mediocridad de tus compañeros. Tu carta está bien escrita y, el solo hecho de que la hayas escrito tú, estudiante de otro Campo profesional ajeno a la edición, habla de tu seriedad académica y tu compromiso político, por eso no te cuento en el mayoritario grupo de estudiantes que sufren variados problemas en sus competencias cognitivas y comunicativas. Creo que Camilo es muy ligero al enunciar su hipótesis sobre los nativos digitales y que, como tú misma lo indicas, menosprecia unas tecnologías que claramente le aseguraron a él mismo un éxito inusitado y una viralidad impresionante de su carta de renuncia. Pero sus razones para renunciar son totalmente legitimas. Si uno es infeliz en un trabajo, no tiene que sacrificar su felicidad al desarrollo de competencias de unos seres a los que, seguramente, no les interesa refinarse. Tú no puedes juzgar si el faltó a su responsabilidad ética porque, de nuevo, él sólo es responsable de prestar adecuadamente el servicio que tus compañeros pagaron durante el tiempo que le fue contratado. Si él incumplió su contrato, lo tendrá que investigar la Facultad. Si él no desea renovarlo, está en su derecho, pero date cuenta que decidió no renovarlo, pero no dejó tirado su curso a la mitad del camino.
Victoria, entiendo tu rabia. Tú dijiste —de una manera que me pareció jocosa— que éramos unos hijueputas que creíamos haber nacido profesores. Y sí, tienes razón, algunos profesores lo creen. Pero algunos otros somos docentes precisamente porque fuimos estudiantes. Yo soy egresado de la carrera que hoy estudias y recibí una educación bastante regular. En venganza, o al menos como cierto mecanismo de retribución, decidí ser profesor y exigirme no ser tan mediocre como los docentes que tuve. He hecho lo mejor que he podido. Di 9 años de mi vida a la Facultad de la que hoy te quejas, por un salario francamente vergonzoso. Pero intenté hacer las cosas bien, aunque muchos de mis estudiantes nunca hayan comprendido el sentido de mis clases. Yo también renuncié. También hago parte del grupo de profesores agotados al que tú llamas irresponsable, pero te juro que aguanté lo que más pude.
Atentamente,
Richard Tamayo N.